Ni París con su Torre Eiffel y sus Campos Eliseos, ni Madrid con su Puerta del Sol y sus indignados, ni NY con su glamour y su 5ta Avenida, ni Washington con su Obelisco y su Casa Blanca, ni Las Vegas con sus apuestas y sus luces, ni LA con sus frenéticas compras y su Paseo de la Fama, nada podría igualar el revoloteo de mariposas que produce un beso bajo un árbol de navidad con el agua emanando del mismo cielo, en el lugar que da origen al escudo de uno de los Estados más maravillosos de mi país.
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