Yo no sé si era un don, pero lo que aquel hombre hacía con el tiempo era sencillamente asombroso, digno de cualquier clase de milagro. Todo el pueblo hablaba de él, pero nadie lo conocía lo suficiente como para descifrar sus secretos y no había uno solo que se atreviera a preguntar. Era un tipo de esos que imponen a primera vista (y a segunda, y a tercera) más bien sencillo, con unos ojos azules tan profundos como la tristeza que se reflejaba en ellos.
Mil historias se habían tejido alrededor de él, pero nadie podía asegurar que alguna de ellas fuera cierta. Nadie sabía de donde venía ni cuando había llegado al pueblo, los más ancianos apenas si recordaban que una mañana de abril lo vieron caminar por el horizonte, como una figura fantasmal, cubierta por la neblina de las montañas y desde entonces se instaló en su soledad apabullante. En alguna ocasión Remigio, el joven más osado de la región se acercó hasta la montaña y tocó la puerta de aquella cabaña donde vivía el misterioso hombre, los toquidos hicieron eco y retumbaron en cada rincón del pueblo. Después de eso, por dos días no supieron nada del joven.
Cuando por fin regresó al pueblo, Remigio no volvió a pronunciar palabra, sus ojos estaban llenos de miedo, sus lágrimas brotaban incesantes y recorrían sus mejillas hasta rebotar en el suelo.
"Es un brujo", "Es un monstruo", "Es el mismísimo diablo" aseguraban algunos, y es que desde la llegada de aquel hombre no hubo más primaveras, las noches parecían interminables y un viento frío se había apoderado de aquel pueblo que antes había sido soleado y feliz.
Durante muchos años, los pobladores de aquel sitio se organizaron en brigadas nocturnas, pequeños grupos de 10 hombres que permanecían en vela solo observando la colina, por si al encantador del tiempo -como lo habían bautizado- se le ocurría salir de su claustro. En ocasiones llegaron a ver una sombra que se reflejaba con la luz de la luna, pero era tan grande, tan aplastante la sensación de su presencia que nadie se atrevía a pronunciar palabra.
Lucía, la hermana menor de Remigio, estaba llena de rencores contra aquel que le había arruinado la vida a su hermano y las dudas le carcomían el alma. ¿Que había visto Remigio aquellos días que estuvo ausente, porque de pronto se apagó la luz en su pueblo, porque parecía que los días y las noches se fundían en un solo momento?
Sintiéndose con la obligación de averiguarlo, una mañana, después de levantarse, se acercó a Remigio, le tomó la mano y le preguntó que había hecho con él el encantador del tiempo, su primer reflejo fue sonreír para después dar paso a las lágrimas, abrió el puño que había mantenido cerrado y le acercó un pequeño reloj con una cadena despintada, lo puso entre sus manos blancas y suaves y le susurró por primera vez desde que llegó "No fue lo que me hizo él, fue lo que aprendí de él".
Con mucha más intriga Lucía se levantó y colocando el reloj en su bolso, partió sin decirle a nadie, rumbo a la montaña, quería enfrentarlo y gritarle a la cara la amargura que sentía, mientras subía por el camino sinuoso, pensaba para sus adentros que le diría y un pensamiento era constante, le iba a exigir que se fuera del pueblo y les regresara la luz y los buenos momentos.
Al llegar a la puerta de la casa de la colina, las rodillas le temblaban, un poco por miedo y otro poquito porque la puerta que a lo lejos se veían tan pequeñita, era en realidad una fortaleza de casi 3 metros. Se quedó unos instantes parada frente a ella, tratando de recobrar el aliento. Lucía parpadeó dos veces antes de darse cuenta que la puerta tenía unos extraños grabados que se dividían en cuatro cuadrantes, los dos superiores tenían a un hombre arrodillado ante lo que parecía ser una sombra, un ente indescriptible. El cuadrante inferior izquierdo tenía representadas las horas del día con unas líneas asimétricas, el último cuadrante daba vida al mismo hombre pero ahora sujetaba con fuerza un manto que destellaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la puerta sin empujarla se abrió de repente.
Lucía respiró profundo y apretó el reloj que Remigio le había dado. Entró dando pequeños pasos y no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa cuando descubrió que el interior de aquella casa era las entrañas de un reloj de cuerda, sus engranajes, su muelle, su barrilete y su trinquete, su segundero y su minutero estaban ahí. Observó hacia el techo que era altísimo y allá arriba colgaba un doce en número romano, bajo sus pies un seis y a los costados un tres y un nueve respectivamente.
Brincó de un susto cuando oyó un ruido que provenía del lugar al que ahora apuntaba el minutero, "El encantador del tiempo", dijo casi gritando auxilio.
- "No Lucía, te equivocas, yo no soy el encantador del tiempo, soy el tiempo mismo, tú y todos los que son como tú, pueden llegar a ser tan irónicos que mientras unos viven tan pendientes de mi que se les olvida vivir, otros se olvidan que existo y viven sin reparar en que un día ya no me tendrán más y entonces se querrán aferrar a mi como si así pudieran recobrar lo que han perdido".
- "Te exijo que te vayas y nos regreses lo que éramos antes de ti, por tu culpa Remigio no ha podido pronunciar palabra, no se que hechizos has hecho, ni que magia practiques pero desde tu llegada nada ha sido lo mismo". Le dijo ya con lágrimas en los ojos la muchacha que parecía tan pequeñita estando frente a él.
- "Remigio entendió lo que quizá Ustedes no entiendan. Yo los cambio, inevitablemente los cambio porque yo no estoy solo, me acompañan siempre las experiencias y los momentos vividos y juntos hacemos que las personas sean otras, pero eso no es malo, solo somos como el agua que propicia la evolución. No me odies por cambiarte, deberías odiarme si no lo hiciera, porque entonces sería señal de que no he pasado por ti y eso sí sería imperdonable. Yo puedo ser amigo o enemigo y eso solo lo eliges tú".
Lucía sentía como un escalofrío la recorría al oír sus palabras. "Es mentira, eres un mentiroso, tú eres un maldito impostor que nos exprime las ganas de vivir"
- "Quisiera decirte que me tendrás contigo para enseñarte muchas lecciones, pero no es así Lucía, tú estás aquí porque ya tuviste suficiente de mi, tú misma ahora serás la lección de los otros. No, no me veas con esa cara, se que soy cruel al decírtelo pero la orden de con quien me quedo y con quien no, no es mía, es enteramente tuya. Decidiste venir hasta acá y en el camino has de perderme. Lo siento pero no me tendrás más, aunque entenderás después que el alejarme es solo el inicio de un nuevo viaje".
Y después de decirlo, la sombra del tiempo se esfumó. Lucía lloró amargamente porque sabía lo que vendría. Salió corriendo de aquel extraño lugar, agobiada por lo que acababa de escuchar, se alejaba sin conciencia ya de si misma, con el alma apretujada y las ideas escapando de su cabeza cual prisioneras liberadas. Volvió la vista atrás y su falda se enredo entre sus pies, haciéndola que tropezara con las enormes piedras del camino, rodando cuesta abajo por varios metros. Su cuerpo inerte yacía sin vida al borde de uno de los acantilados. A Lucía se le había acabado el tiempo. Estaba por iniciar un nuevo viaje.
"Es un brujo", "Es un monstruo", "Es el mismísimo diablo" aseguraban algunos, y es que desde la llegada de aquel hombre no hubo más primaveras, las noches parecían interminables y un viento frío se había apoderado de aquel pueblo que antes había sido soleado y feliz.
Durante muchos años, los pobladores de aquel sitio se organizaron en brigadas nocturnas, pequeños grupos de 10 hombres que permanecían en vela solo observando la colina, por si al encantador del tiempo -como lo habían bautizado- se le ocurría salir de su claustro. En ocasiones llegaron a ver una sombra que se reflejaba con la luz de la luna, pero era tan grande, tan aplastante la sensación de su presencia que nadie se atrevía a pronunciar palabra.
Lucía, la hermana menor de Remigio, estaba llena de rencores contra aquel que le había arruinado la vida a su hermano y las dudas le carcomían el alma. ¿Que había visto Remigio aquellos días que estuvo ausente, porque de pronto se apagó la luz en su pueblo, porque parecía que los días y las noches se fundían en un solo momento?
Sintiéndose con la obligación de averiguarlo, una mañana, después de levantarse, se acercó a Remigio, le tomó la mano y le preguntó que había hecho con él el encantador del tiempo, su primer reflejo fue sonreír para después dar paso a las lágrimas, abrió el puño que había mantenido cerrado y le acercó un pequeño reloj con una cadena despintada, lo puso entre sus manos blancas y suaves y le susurró por primera vez desde que llegó "No fue lo que me hizo él, fue lo que aprendí de él".
Con mucha más intriga Lucía se levantó y colocando el reloj en su bolso, partió sin decirle a nadie, rumbo a la montaña, quería enfrentarlo y gritarle a la cara la amargura que sentía, mientras subía por el camino sinuoso, pensaba para sus adentros que le diría y un pensamiento era constante, le iba a exigir que se fuera del pueblo y les regresara la luz y los buenos momentos.
Al llegar a la puerta de la casa de la colina, las rodillas le temblaban, un poco por miedo y otro poquito porque la puerta que a lo lejos se veían tan pequeñita, era en realidad una fortaleza de casi 3 metros. Se quedó unos instantes parada frente a ella, tratando de recobrar el aliento. Lucía parpadeó dos veces antes de darse cuenta que la puerta tenía unos extraños grabados que se dividían en cuatro cuadrantes, los dos superiores tenían a un hombre arrodillado ante lo que parecía ser una sombra, un ente indescriptible. El cuadrante inferior izquierdo tenía representadas las horas del día con unas líneas asimétricas, el último cuadrante daba vida al mismo hombre pero ahora sujetaba con fuerza un manto que destellaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la puerta sin empujarla se abrió de repente.
Lucía respiró profundo y apretó el reloj que Remigio le había dado. Entró dando pequeños pasos y no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa cuando descubrió que el interior de aquella casa era las entrañas de un reloj de cuerda, sus engranajes, su muelle, su barrilete y su trinquete, su segundero y su minutero estaban ahí. Observó hacia el techo que era altísimo y allá arriba colgaba un doce en número romano, bajo sus pies un seis y a los costados un tres y un nueve respectivamente.
Brincó de un susto cuando oyó un ruido que provenía del lugar al que ahora apuntaba el minutero, "El encantador del tiempo", dijo casi gritando auxilio.
- "No Lucía, te equivocas, yo no soy el encantador del tiempo, soy el tiempo mismo, tú y todos los que son como tú, pueden llegar a ser tan irónicos que mientras unos viven tan pendientes de mi que se les olvida vivir, otros se olvidan que existo y viven sin reparar en que un día ya no me tendrán más y entonces se querrán aferrar a mi como si así pudieran recobrar lo que han perdido".
- "Te exijo que te vayas y nos regreses lo que éramos antes de ti, por tu culpa Remigio no ha podido pronunciar palabra, no se que hechizos has hecho, ni que magia practiques pero desde tu llegada nada ha sido lo mismo". Le dijo ya con lágrimas en los ojos la muchacha que parecía tan pequeñita estando frente a él.
- "Remigio entendió lo que quizá Ustedes no entiendan. Yo los cambio, inevitablemente los cambio porque yo no estoy solo, me acompañan siempre las experiencias y los momentos vividos y juntos hacemos que las personas sean otras, pero eso no es malo, solo somos como el agua que propicia la evolución. No me odies por cambiarte, deberías odiarme si no lo hiciera, porque entonces sería señal de que no he pasado por ti y eso sí sería imperdonable. Yo puedo ser amigo o enemigo y eso solo lo eliges tú".
Lucía sentía como un escalofrío la recorría al oír sus palabras. "Es mentira, eres un mentiroso, tú eres un maldito impostor que nos exprime las ganas de vivir"
- "Quisiera decirte que me tendrás contigo para enseñarte muchas lecciones, pero no es así Lucía, tú estás aquí porque ya tuviste suficiente de mi, tú misma ahora serás la lección de los otros. No, no me veas con esa cara, se que soy cruel al decírtelo pero la orden de con quien me quedo y con quien no, no es mía, es enteramente tuya. Decidiste venir hasta acá y en el camino has de perderme. Lo siento pero no me tendrás más, aunque entenderás después que el alejarme es solo el inicio de un nuevo viaje".
Y después de decirlo, la sombra del tiempo se esfumó. Lucía lloró amargamente porque sabía lo que vendría. Salió corriendo de aquel extraño lugar, agobiada por lo que acababa de escuchar, se alejaba sin conciencia ya de si misma, con el alma apretujada y las ideas escapando de su cabeza cual prisioneras liberadas. Volvió la vista atrás y su falda se enredo entre sus pies, haciéndola que tropezara con las enormes piedras del camino, rodando cuesta abajo por varios metros. Su cuerpo inerte yacía sin vida al borde de uno de los acantilados. A Lucía se le había acabado el tiempo. Estaba por iniciar un nuevo viaje.
1 comentario:
Sabia virtud, de conocer el tiempo...
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