Me dijo con la voz entrecortada que yo era un fantasma en su vida, pero no siempre lo fui, hubo días en los que no nos ocultábamos tras la noche clandestina. Algunos todavía recuerdan que fuimos dos dioses que tenían juntos la fuerza para cambiar al mundo, aún cuando había quienes nos auguraban el fracaso. En esos días no éramos fantasmas, éramos seres inmortales, el amor nos hacía eternos, o por lo menos eso creíamos, al final solo fuimos un instante que se evaporó en la más absurda de las equivocaciones.
Él fue quien me bajó del cielo y al equivocar el rumbo nos condenó a ser eternamente unos fantasmas, ésos fantasmas que se aparecerán al besar a otros, los que nos llenarán de angustia por no poder cambiarlo todo. Fue él y solo él quién nos condeno a este cruel y doloroso olvido.
Para él soy un fantasma, el recuerdo innombrable de una larga historia. Para mí es el calor de un abrazo que ya no existe, el sueño que se tornó en pesadilla, el golpe certero de un destino que no nos quería juntos. Todo pasó frente a mi sin que me diera cuenta, cerré por un momento los ojos y al abrirlos ya estaba llamándome fantasma en esa madrugada éterea, ya no éramos dioses eternos ahora solo quedaban las ganas de haber sido inmortales.
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