miércoles, 28 de diciembre de 2011

La otra estación

Yo nunca pretendí ser lo que no era porque tenía muy claro lo que quería, y lo que quería era tomar las riendas de mi vida, pero en ese instante apareció él. Él no llego cuando yo pensé que lo haría, de hecho lo que menos esperaba en ese momento de mi vida era su llegada, pero se apareció y mi corazón vio algo que lo conmovió, me deje seducir por su historia, por su pasado. Mis ojos leyeron sus letras que fueron la llave que me condujo a la otra estación y ya luego de eso, no hubo retorno que me trajera de regreso.
En esta estación todos preguntan que me trajo hasta aquí y la respuesta que doy siempre es la misma: Él. 
Fue solo una sensación, es cierto, pero fue como si lo conociera de otras vidas, o mejor dicho como si pudiera reconocer en él un rasgo apenas perceptible, un corazonada que parecía querer decirme algo, y así sin más brújula que mi instinto, abordé el tren que me trajo hasta acá.
Él no me pidió que lo siguiera, solo me besó y se fue alejando poco a poco hasta perderse entre el humo de la ciudad y cuando era ya solo una sombra que se difuminaba en el horizonte, entendí que no quería dejarlo ir, que no podía estar lejos de él y así corrí a su encuentro, lo vi entrar en mi estación y quitándose el sombrero abordó el segundo vagón. Mi angustia se hizo más fuerte cuando se deslizó el andén sin permitir ya el acceso. Corrí hacia la siguiente puerta, sin que él se diera cuenta de que yo le gritaba por su nombre, resbalé justo a los pies del tercer vagón, mi tacón se quebró y mis medias se rasgaron, mi rodilla sangraba pero no fue hasta que me levanté y logré entrar que pude darme cuenta de mi herida.
Un caballero de cabello cano me cedió su lugar mientras me preguntaba si estaba bien. Asentí con la cabeza y levanté la mirada solo para preguntarle confundida a dónde se dirigía este tren. "¿Cómo Señorita, no lo sabe? Su destino es la otra estación" contestó con una voz dulce que me recordó aquellas tardes de mi infancia cuando mi padre, me decía "Señorita de mis amores, tiene Usted un corazón sensible, pero un alma de hierro" como olvidar que esas también fueron sus últimas palabras para mí en su lecho de muerte.
El tren se detiene y mi corazón con él, las puertas de los vagones se abren y apresurados todos bajan tomando caminos separados. Yo me levanto con dificultad, la herida en mi rodilla y mi tacón roto no me permiten moverme con soltura. Me tomo del barrote del asiento y antes de poner el pie fuera del tren observo el letrero que anuncia el lugar al que hemos llegado "La otra estación" y un escalofrío recorre mi cuerpo cuando me doy cuenta que soy la última en bajar de los vagones, ya no queda nadie, ya no está él. Él, al que seguí hasta aquí, él, que ni siquiera sabe que estoy tras sus pasos.
Caminé desorientada, tal vez fueron días, horas o minutos, aquí en la otra estación el tiempo es relativo, todo depende de como decidamos tomarlo, como un aliado que nos abraza con su calidez o como un cruel enemigo que se burla de nosotros.
Me senté en una banca a la orilla del camino, cansada de tanto estar perdida y por fin lo vi pasar, con su mismo sombrero negro, su abrigo largo y su porte indulgente. Galante caballero tomaba del brazo a una dama, la sujetaba sutilmente y se aseguraba de que sus pasos no tropezaran con la acera, y no pude evitar que me golpeara el recuerdo del día que desde mi estación subí al tren que me llevaría a la suya, como caí por seguirlo, como nadie sostuvo sutilmente mi brazo, como nadie observaba cuidadosamente mis pasos para evitar que tropezara.
Seguí observándolos con detenimiento mientras unas gotas de nostalgia caían por mis mejillas. Ella levantó la mirada y sonrieron juntos, cómplices de aquel momento. Ella retiró el guante inmaculadamente blanco que cubría sus manos más blancas aún. 
Estuve ahí sentada todos los días, cada día con sus soleados amaneceres y sus sonidos de locomotora, pendiente de él y sin quererlo también de ella. Y no faltaron ni un solo día, con cada nuevo sol ellos tomaban el tren, juntos y sin darse cuenta de que un testigo incómodo observaba cada paso que daban dentro de la estación. 
Ese lugar se convirtió en el escenario de una historia fabricada, el teatro donde se presentaba una parodia de lo que pudo ser mi vida con él, fui solo la espectadora de algo que en el fondo nunca me perteneció.
Aquella noche cuando me había cansado de seguir ahí cual gata lamiendo sus heridas, decidí regresar a casa, tomar el tren que me llevaría a mi estación, crucé la vía y esperé, pero jamás hubo siquiera uno que a lo lejos se vislumbrara. Harta regresé a mi antiguo refugio, la banca donde eché raíces, cerré los ojos y escuché con claridad el paso firme de él y la cadencia de las zapatillas de ella. Abrí de un golpe mis ojos y tomé valor para dejar de ser el testigo silencioso y convertirme en la antagonista de la historia. Justo frente a ellos, con la mirada clavada en el suelo de la otra estación, pude oír como se iban acercando, sus pasos cada vez estaban más cerca de mi y levanté la vista para toparme con ella. Sus zapatos me resultaron conocidos, eran iguales a los míos hasta antes de que la caída rompiera mi tacón, reconocí el lunar que tenía en la rodilla, el mismo que una cicatriz había eliminado de la mía. Seguí levantando mis ojos y cual espejo frente a mi, vi que su boca era la mía, al igual que su nariz, su cabello rizado, sus pómulos coloreados, toda ella era yo misma y al reconocerme, él se esfumó de repente, cual humo que se lleva el viento.
La abracé [me abracé] con todas mis fuerzas [que eran suyas también] y le susurré bajito "Él no te trajo hasta aquí, la otra estación fue siempre tu destino. Él ya no está y tú sigues aquí, luchando cada día por entender que el verdadero tren fueron sus brazos, que crueles como el tiempo te han traído sin saberlo a un mejor sitio"
Y no volví a saber de él, pero tampoco de la que vencida, desalentada y ensombrecida me abrazó aquella noche.

2 comentarios:

Dayanara dijo...

Muy bonito Libia, cautivador cuando lo empiezas a leer no puedes parar y cuando estas por terminar no quieres que se acabe el texto, hace que se remuevan muchos sentimientos :D

Libia García dijo...

Dayanara, muchas gracias me da gusto que te haya gustado, en verdad es mágico que lo que uno escribe encuentre cómplices! Te mando un abrazo.