jueves, 18 de enero de 2007

El único vicio que no puede perdonarse es la hipocresía; el arrepentimiento del hipócrita, es de por sí una hipocresía

Me sentía tan confundida, tan triste, tan decepcionada, que apenas pude llegar a casa. Me arrojé al sillón y mil pensamientos pasaban por mi mente; me levanté por un vaso de agua y observé parpadeando el foco rojo de la contestadora, con las manos aún temblorosas lo oprimí. El mensaje era de una mujer que decía “Te espero en el café de la esquina, supongo que necesitamos hablar”.

El mensaje era muy claro y aunque jamás había escuchado esa voz, hace unos minutos acababa de conocer a la dama. No logre darme cuenta si era bonita o no lo era, y es que al verla en los brazos del hombre que amo (¿o amaba?) los ojos se me llenaron de lágrimas y entre decepciones y reclamos no logré verla con claridad.

¿Será mejor que yo?, ¿Sabría ella de mi relación con él?, las preguntas revoloteaban en mi cabeza.

Después de media hora de tormentosos cuestionamientos, decidí ir, así que tomé una chamarra, llevé mi bolso y un corazón destrozado por el dolor. Mientras caminaba hacia la cafetería intentaba averiguar el motivo, el por qué de este engaño, estaba molesta, dolida, desilusionada, nerviosa y muchas otras cosas más. Caminé dos cuadras y me topé de frente con la cafetería, y con mi realidad; la mujer me esperaba ya, quizá más nerviosa que yo, al menos fue eso lo que yo percibí dentro de mi desconcierto.

¿Por qué? Fue la primer pregunta que salió de mi boca… ¿por qué? ¡Yo lo amaba!, después de gritar, tomé un poco de aire y pude ver que ella lloraba, comprendí que quizá ella también estaría sufriendo.

Me senté y frente a mis ojos incrédulos comenzó a contar su historia.

- “Cuando lo conocí, supe que mi vida y la suya estarían ligadas por siempre, sus ojos, sus labios, su cabello, se metieron sin remedio en mi corazón, me ilusioné, me enamoré, pero ya sabía yo que no todo sería perfecto… hace un mes supe de tu existencia en su vida”.
- “¡Un mes! ¿Y te quedaste tan tranquila?, le contesté con reproche.
- “No me interrumpas, déjame terminar. Hace un mes comencé a trabajar en una agencia cerca de aquí, todas las mañanas salía a desayunar algo y fue uno de esos días cuando te vi con él justo en este lugar. De pronto los celos, el coraje me invadieron y estuve a punto de gritarles a los dos y decirles que esto no se quedaría así, pero en lugar de eso, contuve mi enojo y decidí actuar. Pensé por varias semanas qué era lo que iba a hacer, hasta que lo supe. Al final de cuentas no era justo que yo hubiera tenido que pasar por ese trago amargo de verlos juntos, así que quise que tú sintieras un poquito el dolor que yo sentí, quería que lloraras como yo lo hice y parece que todo dio resultado, ahora no solo yo estoy herida”

Cuando terminó de hablar mil cosas pasaron por mi mente y después de recordar todo aquello que había vivido con él, tomé la decisión más acertada de mi vida…

-“Quédatelo”, le dije con voz firme y ya sin lágrimas. “Yo no merezco algo así, en cambio tú te mereces justo al hombre que tienes a tu lado. Soy yo la que salgo sobrando en este asunto, y no porque tú lo digas sino porque valgo mucho como para estar entre ustedes. Sin rencores quiero que sepas, que no hoy, pero algún día te agradeceré el haberlo quitado de mi camino”.

Tomé mi bolso y algunos pedazos de mi corazón y comencé a caminar esas dos cuadras que ahora me parecieron como cincuenta. Llegué a casa y sólo pensé en dormir. Al amanecer mi sueño se interrumpió al sonar el teléfono, la luz roja del reloj marcaba las siete, estiré mi brazo para alcanzar el aparato y con voz aún adormilada contesté y de inmediato pude reconocer su voz:

-“Amor, habla Roberto, perdóname no quería lastimarte, te amo con toda el alma, tú eres la única mujer que me interesa”

Respiré profundo y le dije:

-“Disculpe creo que se equivocó de número, la mujer que usted busca ya no vive aquí, se ha marchado para siempre”.

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