
Lo del beso ocurrió hace algún tiempo.
Sí, nos besamos. Pero debo admitir que no fue ese beso lo que marcó el inicio... para mí todo empezó aquella noche de septiembre.
Llovía, eso lo recuerdo muy bien. Al cruzar la calle, sin querer, su mano rozó la mía, sentí su piel por primera vez y supe que deseaba tenerlo cerca, no lo amaba es cierto, pero me inquietaba atraer su atención.
Los días pasaron y su voz en el teléfono cada día me gustaba más, las sensaciones que experimentaba al saber que vendría o al verlo, me hacían sentir viva, otra vez.
Comenzó a enterarse de mi vida a través de lo que yo escribía y así sin más se convirtió en la fuente de la que emanaba toda mi inspiración. No tuve tiempo de dudar, me dejé llevar... pero fue él el primero en poner una barrera entre los dos... después de todo enamorarse no es algo sencillo para quien teme salir herido.
Entonces hacerlo que permaneciera en mi vida se convirtió en todo un reto, y fue justo ahí que llegó el beso.
No podría explicar con palabras lo que pasó aquella noche, pero supe que me estaba enamorando y aunque no lo amaba, (y seguramente él tampoco a mí), en ese momento mi corazón se dió cuenta que podía llegar a amarlo.
La vida es así, y yo poco a poco, y sin poner resistencia, vi como iban cayendo delante de mí, mis miedos, mis paradigmas, mis impulsos, mis caretas... cayeron poco a poco todas las vendas que mantuvieron mis alas escondidas, él me regaló la libertad y con esa libertad yo decidí amarlo.
Y lo amé tanto, que podía perderme en sus ojos, que podía sonreír sin siquiera darme cuenta... mil veces me encontraba feliz sin razón aparente frente al mundo, pero yo muy dentro de mí tenía la mejor razón para estar completa: él.
Hasta hace unos días podría haber escrito que él también me amaba, pero hoy ya no lo sé... su ausencia, su silencio me han hecho dudar.
Él abrió mis alas, me regaló entre otras cosas el aire que ya no tenía para respirar... Hoy otra vez vuelve a llover, pero la lluvia no cae del cielo, cae de mis ojos que han dejado de verlo.
Ya no escuchó su voz convirtiendo mi nombre en esas dos pequeñas sílabas que me hicieron ser tan suya.
No fue al besarlo que comencé a amarlo, fue al ver en él lo que nadie más había visto, fue al abrazarlo y sentirlo cerca... sí es cierto, aquella noche lluviosa comenzaron a abrirse mis alas... pero nunca imaginé que tendría que usarlas para volar lejos, muy lejos de él.
Él aún no lo sabe, pero debería saberlo... una sola de sus palabras bastaría para hacerme sentir terrenal y lograr que me olvide, de una vez por todas, de estas alas que han empezado a estorbarme...
Ya no puedo esconderlas, pero tampoco deseo usarlas... él no quiere dejar sus raíces, pero tampoco me ha pedido que me marche.
Aquí seguiré esperando por él, por lo menos mientras recuerdo como es que se usaban estas alas blancas.
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