Mi profeta personal dijo una vez, cuando yo ya estaba por marcharme, que de lo único que se lamentaba era de no poder evitar que mi camino fuera empedrado. Su voz fue como un eco lejano que no deseaba escuchar, y simplemente me alejé, no dejé de caminar. No lo voy a negar, la cuesta fue difícil pero nunca faltó quien me diera su mano para seguir, cuando parecia que ya no podría continuar siempre hubo una luz que me llevaba a algún lugar seguro. Recordaba sus palabras, se repetían una y otra vez en mi cabeza. Caí cientos de veces y un día, así sin más, llegué y abracé con fuerza mi amuleto. Le grité a la nada, esperando que donde quiera que se encuentre mi profeta pueda escuchar que estoy bien, que soy feliz, que él tenía razón, que fueron muchas las piedras, que tropecé con ellas, pero que al final estoy donde tengo que estar. Duele admitir que mi gurú tenía razón, aquel día que partí llena de sueños, creí que a los buenos, como en los cuentos, siempre les iba bien, y él, que con sus ojos tristes me miraba, al ver que me alejaba quizá pensó que mi ingenuidad me llevaría a probar ese sabor amargo que se llama soledad. Tropecé al querer correr, pero me levanté y con cada golpe me volvía más fuerte y aprendía que a veces caminando lento se avanza más de prisa y aquí estoy al paso de los años.. con golpes, dolida, cansada, pero sin abandonar ni uno solo de mis sueños...No sé donde te encuentres porque en algún sitio perdí la brújula que me llevaba a tí, pero si me escuchas, mi profeta personal, quiero que sepas que soy feliz y que deseo que tú también lo seas. Ahora soy yo la que lamenta no estar ahí para ayudarte a cruzar esa vereda, pero creo que hice algo por tí... traje cargando cada piedra con la que tropecé para que cuando te toque pasar por ahí sean algunas menos con las que tengas que caer.
1 comentario:
Hola,
Ya hace variso días que no escribes, no me prives de tu bella inspiración, sale, te extraño.
y recuerda que me encanta leerte.
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